Editoriales

Futuros posibles, probables y deseables

Futuros posibles, probables y deseables

La modernidad supuso la racionalización del mundo, el avance de la secularización y su desmitificación, la promesa de controlar el destino y darle forma. Todo aquello que parecía prefijado y se encontraba naturalizado dejaba de estarlo, y podía criticarse y cambiarse. El futuro dejaba de depender de alguna fuerza caprichosa y se podía soñar y diseñar.

Siglos después, descubríamos que los sueños de la razón producen monstruos. Los efectos sobre la naturaleza de ese afán de control que caracterizaba al Antropoceno rebotaban en un incremento tal de la incertidumbre que podía considerarse que el futuro ya había sido consumido y estaba agotado.

¿Había entonces que resignarse y volver a confiar en los dioses (que ahora se representaban ya no con cuerpos humanos rodeados de rayos, sino como una tecnología científica venidera capaz de evitar la catástrofe)? La respuesta es no. Todo lo contrario, ahora más que nunca, el futuro debe pensarse y construirse, pero colectivamente, con conciencia de los efectos que genera la acción humana, con responsabilidad ante las desigualdades y con esperanza de que el daño pueda mitigarse.

Los debates que empezaron en las ciencias de la naturaleza se trasladaron en los últimos años a las ciencias sociales, y hay quienes desde la ciencia política se preguntan qué rol compete al Estado y sus instituciones en la construcción del futuro. La pandemia que llevamos más de un año intentando frenar nos volvió a evidenciar las interdependencias de la vida humana y natural y los impactos desiguales que tienen las catástrofes. Con ella, de modo acelerado, entró en la agenda política la toma de conciencia de lo importante que es anticipar respuestas a futuros poco probables, pero no imposibles.

Pensar el futuro supone desarrollar capacidad prospectiva, prever tendencias, preparar respuestas e imaginar escenarios alternativos. Ello puede lograrse creando organizaciones de expertos que se aboquen de modo específico a la tarea, o puede transversalizarse como enfoque dentro de las instituciones ya existentes y promoverse mediante la alfabetización de metodologías innovadoras. Lograr esto sería todo un avance, pero no creemos que sea suficiente.

Pensar el futuro debe incluir la tarea de imaginar y diseñar un mundo justo y equitativo en el que queramos vivir y en el que se tome en consideración los derechos de las generaciones futuras. El diseño especulativo y la ciencia ficción son claves para ganar vuelo y para soñar por fuera de los paradigmas vigentes, y transitar del futuro posible al deseable. Esto reclama saber experto, pero, aún más importante en sociedades democráticas, el compromiso y el involucramiento de toda la comunidad.

Sin una sociedad sensibilizada con el futuro, que asuma de forma activa los efectos de sus modos de vida, se comprometa a debatir de modo público y abierto los criterios normativos que deben guiarla, se haga responsable de distribuir equitativamente los costos y beneficios del “desarrollo”, cree narrativas con poder evocador y transformador, y planifique de modo colectivo y cooperativo acciones concretas que aterricen estas últimas, cualquier esfuerzo por crear futuro corre el riesgo de la intrascendencia.

El esfuerzo prospectivo España 2050 (PDF) recientemente presentado por el Gobierno es un buen punto de partida para reflexionar colectivamente en escenarios tan inciertos como desafiantes. Como afirma el presidente en el prólogo “Podemos y debemos ser aún mejores… El futuro es patrimonio de todos y todos deben participar en su diseño”.

La alfabetización de futuro y diálogo colectivo son las tareas pendientes de una sociedad que no quiere renunciar a definir su rumbo, que no quiere volver al pasado, ni perderse en el presente, que quiere convertir lo preferible en posible.

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