Europa mantiene una posición delicada en la configuración del nuevo paradigma digital global. Por un lado, lidera la creación de marcos regulatorios capaces de imponer valores democráticos que garanticen un entorno digital más seguro y más justo, y constituye uno de los mercados con más proyección e influencia internacional. Por el otro, carece de una industria propia capaz de competir con los grandes bloques antagónicos de China y EE.UU., y delega el desarrollo de las grandes infraestructuras digitales a las grandes plataformas tecnológicas que amenazan su soberanía. Este contexto viene agravado por tres crisis interconectadas: la crisis climática, la crisis energética y la crisis política.
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