Hablamos con

Entrevista a María Teresa Martín Palomo

Entrevista a María Teresa Martín Palomo

Hablamos con
María Teresa Martín Palomo
«Insisto en la importancia del acceso a la educación, pues, junto con encaminar nuestras luchas y políticas hacia la sociedad del cuidado, es el potente trampolín con el que dar el salto hacia la igualdad, hacia la equidad.»

Entrevistamos a María Teresa Martín Palomo, profesora del Área de Sociología de  la Universidad de Almería. Sus principales áreas de investigación son los cuidados y las políticas públicas, la sociología moral y de las emociones, temas sobre los que cuenta con numerosas publicaciones y ha presentado trabajos en congresos científicos, jornadas, seminarios y cursos.

Llevas años preocupada en temas de cuidado e igualdad de género, buscando erradicar violencias de género y apoyando el reconocimiento de derechos y espacios de comprensión y crecimiento de las mujeres. En base a este recorrido y reflexionando en clave iberoamericana, ¿en qué asuntos crees se avanzó y se ganó terreno y qué asuntos quedan por recibir respuesta política urgente?

Muchas y diversas mujeres han logrado avanzar en la vida cotidiana haciendo valer sus derechos y su libertad de elegir, accediendo a espacios de poder y de toma de decisión.  Se ha avanzado en dar visibilidad a problemas que permanecían ocultos y naturalizados: se ha llamado violencia a muchas prácticas muy arraigadas y aceptadas como normales. Pero quedan muchas cuestiones que se resisten, como la violencia de género que continúan sufriendo muchas mujeres y niñas cada día (acoso sexual y otras formas de violencia sexual, malos tratos de diverso tipo, feminicidios), los descuidos que sufren aun cuando las mujeres son las cuidadoras de la mayor parte de la población, de su entorno, las mantenedoras y reparadoras de la vida, para que esta siga su curso.

En educación se han dado enormes avances, el analfabetismo se ha reducido muchísimo, aunque siga habiendo mujeres que no saben leer o escribir. Pero son sobre todo mujeres de ciertas extracciones sociales las que pueden terminar estudios universitarios, incluso ir más allá. Se nos resiste la entrada por la puerta grande a la tecnociencia, pero muchas mujeres van entrando poco a poco por la puerta pequeña, como ejemplifica Diana Trujillo, ingeniera areoespacial, primera mujer migrante latina en la Academia de la NASA y en 2020 directora de vuelo de la misión ‘Perseverance’). Son pasos de gigante que apuntan el camino a seguir. De otro lado, se reconocen y valoran poco o nada los conocimientos y saberes que las mujeres han desplegado para cuidar, a los que muchas veces se tacha de “informales”. Será tarea titánica ponerlos en valor. Insisto en la importancia del acceso a la educación, pues, junto con encaminar nuestras luchas y políticas hacia la sociedad del cuidado, es el potente trampolín con el que dar el salto hacia la igualdad, hacia la equidad.

Desde hace un par de décadas me sorprende gratamente la centralidad que los cuidados han ido cobrando en las luchas feministas, en la academia, incluso tímidamente la idea de políticas de cuidados va adentrándose de manera dispar pero firme en las políticas públicas y en los discursos políticos (Sistema Nacional del Cuidado en Uruguay, Ley de Economía del Cuidado en Colombia, Mesa Interministerial De Políticas De Cuidado en Argentina, Ley del Sistema de Cuidados de Ciudad de México, Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia en España). En especial, han sido esperanzadoras las diferentes experiencias de cuidados comunitarios, las ollas colectivas, los apoyos vecinales, cómo se crea con ello mundo común, se crea realidad. Mucho ha de aprenderse de todo esto, lo hemos visto con ocasión de la pandemia, funciona y ¡cómo funciona!.. Son los pilares para una sociedad del cuidado.

Tomando en consideración los graves desafíos y dificultades que la pandemia impuso e impone, ¿qué cuestión te preocupa de modo especial en relación a las mujeres?

La pandemia ha permitido hacer visible que somos vulnerables: hemos podido experimentar que la vulnerabilidad es parte del vivir de todas las personas. Y porque somos vulnerables todos y todas necesitamos cuidados. Se ha hecho evidente, pues, que los cuidados son “esenciales”, pero también que circulan entrecruzándose con los ejes de desigualdad que atraviesan el mundo. Efectivamente, nuestras vidas subsisten por una extensa red de cuidados, propios o de otras personas, que mantienen nuestras existencias vivas y activas, y con ellas nuestro mundo. Pero el cuidado (y su ausencia) no se reparten por igual: lo tienden a prestar los grupos sociales subalternizados, quienes ni son privilegiados ni pueden ser indiferentes a las demandas de cuidado. Hemos podido ver que sin cuidado no hay vida, hacer esto visible ha sido una de las pocas caras amables de esta pandemia.

Al principio, la crisis ocasionada por el SARS-CoV-2 llegó a ser considerada como una oportunidad para construir un mundo menos injusto. Incluso se llegó a ver como una oportunidad para dar (¡por fin!) visibilidad al protagonismo que tienen los cuidados y pasar a asumirlos como una responsabilidad colectiva. Pero el globo se nos ha ido desinflando: desde los primeros meses se empezó a ver que el confinamiento incrementa la carga de trabajo, sobre todo para las mujeres (¿dejá vu?), con el incremento de actividades telemáticas, la dilución de los límites entre las jornadas laborales y la vida en casa ha dado un giro regresivo en muchos sentidos: fin del ocio y de la desconexión, las tensiones en la distribución de tareas del hogar y de los cuidados con un trabajo remunerado que se realiza en el mismo espacio nos han llevado al límite. Hemos visto incrementarse nuestros niveles de estrés y de carga mental, una sobrecarga pronunciada por la simultánea virtualización del trabajo remunerado, del apoyo a la escuela en los hogares, de no contar con comedores ni servicios públicos, el tener que estar pendiente del sostenimiento de miembros de la red familiar y de amistad en la distancia. Y esto para las mujeres más privilegiadas que han podido, pese a todo, teletrabajar y mantener sus trabajos remunerados.  La pandemia nos invita a reflexionar acerca de cómo se distribuyen las responsabilidades entre los diferentes actores implicados, o que debieran implicarse, en los cuidados.

Más allá de las acciones positivas en busca de la igualdad de género como pueden ser las cuotas, las políticas de auxilio frente a la violencia sexual y física o el lenguaje inclusivo ¿Qué acciones concretas crees sirven para la deconstrucción y la construcción de nuevos escenarios? ¿Qué opinas de los programas e iniciativas que buscan desarrollar nuevas masculinidades?

Habría que luchar para que estos “retrocesos provisionales” (por denominarlo de algún modo), no se instalen en nuestras vidas. Necesitamos ahora más que nunca diluir la frontera entre lo doméstico y lo público, pero no para que lo público invada nuestras habitaciones, hemos de estar atentas más que nunca a intentar mantener o acceder a esa habitación propia de la que nos habló Virginia Wolff.

Creo que la varita mágica debería apuntar a la sociedad del cuidado: del propio, de responsabilizarnos colectivamente del cuidado de los otros y las otras, de nuestro entorno, del mundo común que nos sostiene, de decidir entre todos y todas de qué modo vamos a hacerlo. Es fundamental que en todo este proceso tengan voz los grupos sociales que más saben de esto, los más vulnerabilizados, y que tengan realmente poder de decidir; como lo son también esas nuevas masculinidades, masculinidades cuidadoras, tan necesarias para poder construir una sociedad verdaderamente democrática.

Y una de las respuestas más estimulantes ha sido la de la (re)activación de vínculos comunitarios. La comunidad de la mano de los cuidados podría estimular y regenerar el lazo social (y viceversa), siempre que se les dé espacio, sostén y empuje.

¿Crees que el feminismo se articula a otras luchas en América Latina como la de pueblos originarios, la diversidad sexual, la de sostenibilidad ambiental, de inclusión tecnológica? ¿A cuáles y cómo?

Desde sus inicios el movimiento feminista ha sido solidario con todas las luchas, frente a la esclavitud, frente a la explotación, frente a cualquier forma de opresión. Hoy son muchos y diversos los feminismos, y desde esta diversidad se articulan y tejen luchas con otros colectivos. Por ejemplo, en relación con la sostenibilidad y los cuidados, el trabajo se retroalimenta; como ocurre con el productivo y rico camino seguido por los feminismos y el movimiento trans*, o con el movimiento ecologista. Las tecnologías ya son compañeras de viaje de ciertos feminismos, luchas que se han ido organizando con imaginación por mujeres diversas de todos los rincones del mundo. Obviamente la brecha tecnológica tiene que ser trabajada, pues tiene género, como todo. Pero la relación entre tecnologías y movimientos sociales es enormemente interesante. Desde el ciberactivismo a las acciones efímeras que surgen ante una emergencia, como ha ocurrido en la pandemia con vecinos y vecinas que “se han descubierto”. Muchas mujeres jóvenes se han organizado a través de las redes sociales para luchar contra la violencia sexual o frente a ciertos atropellos, como el movimiento Me Too; también para construir estrategias de diálogo y participación. Aunque se disuelvan ya sabemos que funciona, y que ha permitido dar soporte, nos ha soportado o nos ha permitido desenmascar la violencia, hacerle frente. Habría que potenciar estas experiencias para que no se diluyan sino que se conforme, se reconfigure, se renueve la comunidad, que volvamos a recuperar las calles, las aceras, los barrios, los espacios que burlan la frontera entre lo público y lo privado.

Es urgente el acceso a la educación formal y al poder para contar con las mejores herramientas para que todas las personas puedan participar en negociar y decidir de forma colectiva cómo vamos a construir esta sociedad del cuidado. Sería una gran revolución, pero solo si el cuidado no es una obligación solo de las mujeres y de las más precarias entre todas las mujeres, sino una responsabilidad colectiva de nuestras sociedades.

América Latina es muy diversa y desigual, y gran parte de la desigualdad que la atraviesa podría cartografiarse a partir del modo cómo se reparte la provisión de cuidado, quien lo recibe y quien lo proporciona, cómo lo hace. El reto es que las mujeres más pobres, de etnias minoritarias o de los grupos sociales más vulnerabilizados por su diversa funcionalidad, por su opción sexual, por su identidad sexual, por tener o no tener papeles, o por su forma de vida, accedan a los mismos derechos, también al reconocimiento de sus diferencias.

*Te pedimos nos recomiendes una obra, libro o revista que te haya impactado/emocionado y sirva para conocer y empatizar con la lucha femenina en Iberoamérica hoy.

Me ha emocionado leer: Muxí, Z. (2020). Mujeres, casas y ciudades. Más allá del umbral. Barcelona: DPR.

Un libro imprescindible: Karina Batthyány (Ed.), Miradas Latinoamericanas al Cuidado. Buenos Aires /México; CLACSO/ Siglo XXI. ISBN 978-987-722-784-0, pp. 243-287. En línea: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20201209035739/Miradas-latinoam

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