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Entrevistamos a Pedro A. Martínez Lillo, director del máster en Gobernanza y Derechos Humanos de la UAM

Entrevistamos a Pedro A. Martínez Lillo, director del máster en Gobernanza y Derechos Humanos de la UAM

Pedro A. Martínez Lillo es el director del máster en Gobernanza y Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de Madrid, uno de los programas que más solicitudes de beca recibe dentro de la oferta de posgrado de Fundación Carolina. Hablamos con él sobre el máster, la importancia de capacitar a los y las estudiantes con competencias en la promoción de la defensa de los Derechos Humanos, el contexto actual tras la invasión rusa a Ucrania y la senda a seguir para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030.

¿En qué consiste el máster en Gobernanza y Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de Madrid? ¿Qué herramientas adquiere el alumnado? ¿Cómo enriquece y complementa el programa el hecho de que participen becarios y becarias de Fundación Carolina?

El máster en Gobernanza y Derechos Humanos -Título Propio de la Facultad de Derecho-, actualmente en su edición número doce, es la actividad principal de la Cátedra de Estudios Iberoamericanos Jesús de Polanco (UAM-Fundación Santillana), inaugurada -como cátedra de patrocinio- el año 2008, siendo Rector Ángel Gabilondo. Hablamos, por tanto, de una acción formativa consolidada académicamente dentro de una institución de enseñanza superior -la Autónoma de Madrid- y un centro -su Facultad de Derecho- de reconocido prestigio. Nuestro programa de estudios está pensado para que la formación y la reflexión vayan siempre acompasadas. Su orientación es crítica. Partimos de la premisa de que las instituciones y las leyes cambian más despacio que las sociedades. Esto es evidente y por lo general, lógico. Pero el ritmo del cambio social y político en las últimas décadas se ha acelerado tanto que muchas veces la ciudadanía, sobre todo los más jóvenes, miran a las instituciones y no entienden nada o casi nada. Esto es un problema y en el máster nos dedicamos muy especialmente a pensar ese problema y buscar soluciones. Lo sorprendente, incluso para nosotros, es que una titulación orientada por la crítica tenga tan buenos resultados en términos de empleabilidad. Quizá parte de la explicación radica en que, junto a un cuadro docente, de profesores y profesoras, de alta calidad, están la realización de las prácticas en instituciones -nacionales e internacionales-, de primer nivel, y que resultan claves, a la larga. En efecto, nuestros y nuestras estudiantes, tras graduarse, trabajan. Y lo hacen en muchos casos en ámbitos relevantes, con responsabilidad. Esto demuestra que hoy conocer y pensar el derecho es problematizarlo, poner la teoría y la doctrina frente a la creciente complejidad del mundo y ver cómo responden.

En cuanto a nuestra colaboración con la Fundación Carolina, qué decir: los nuestros son proyectos -Cátedra Polanco y Carolina- condenados a encontrarse. Desde el principio hemos mirado hacia América Latina y los y las estudiantes de estos países han acudido a la llamada. Hemos tenido y tenemos estudiantes de muy distintas procedencias y nacionalidades, pero la presencia de alumnas y alumnos latinoamericanos es hegemónica. La Fundación Carolina, a través de su programa de becas, ayuda a mantener esa vía de comunicación abierta. Y nuestra gratitud es mucha.

El Máster va dirigido a la especialización y la investigación de un alumnado multidisciplinar en gobernanza y derechos humanos. ¿Por qué es tan importante capacitar a los y las estudiantes con competencias en la promoción y defensa de los DDHH en diferentes ámbitos?

Para alcanzar metas más justas. La realidad del mundo, al contemplarla, parece degradar nuestra propia condición humana. Reaccionar, con rigor y conocimiento, es todo un imperativo. La labor docente y la vida universitaria tienen sus propios ritmos, pues trabajamos con gente joven a la que le queda todo por hacer. Pero los resultados llegan y después de doce promociones del máster lo estamos comprobando: nuestros estudiantes trabajan hoy para alcanzar metas más justas.

Y, por cierto, la palabra “multidisciplinar” se nos rompió de tanto usarla, como decía la canción aquella. Pero si uno se lo cree y basa su metodología docente en el diálogo entre disciplinas y en la búsqueda de los diferentes ángulos desde los que mirar al mundo, el plan de estudios tiene que reflejarlo y articular eso en un programa coherente no es fácil. En nuestro programa, que es una titulación de Derecho, intervienen, además de juristas, politólogos, economistas, antropólogas, historiadores, sociólogas, psicólogos, periodistas, filósofos… y se intercalan las lecciones magistrales con los seminarios, las mesas redondas, conferencias y encuentros con profesionales de la judicatura, los medios de comunicación, el análisis político, económico y financiero, la cooperación internacional. Cuesta mucho, pero es nuestro proyecto y nuestro compromiso. Estoy, por otro lado, convencido de que -además de esta naturaleza multidisciplinar- el grado de satisfacción del máster se explica también por un trabajo colectivo, profesional y riguroso, de personas identificadas con el proyecto, desde Matilde Guerrera, Héctor Romero, Yolanda Raboso, Juan Ignacio Moreno y/o Daniel Amoedo. Mención especial merece Antonio Rovira, catedrático de Derecho Constitucional, ahora en la Comisión de Transparencia de la CAM y nuestro primer director: suya fue la idea del proyecto, y de esta obra. Ahora asumimos el reto de darle continuidad.

En un contexto como el actual en el que estamos experimentando la fragilidad de numerosos derechos humanos con la invasión rusa a Ucrania, y en el que nos da la sensación de que el sufrimiento causado por las autocracias y los totalitarismos en el siglo XX no nos ha servido de nada, ¿cómo podemos aprovechar este momento tan preocupante para configurar un mundo más humano?

La historia -y la memoria social- resultan imprescindibles en la comprensión del tiempo presente. La experiencia del sufrimiento pasado sí ha servido. Conceptos jurídicamente tipificados como el de genocidio o crímenes contra la humanidad o los de asilo y refugio, los tribunales internacionales, no han existido siempre. Son el resultado y la respuesta a la experiencia del horror. Lo que pasa es que las autocracias y totalitarismos de ayer y de hoy, aunque parecidos en esencia, son distintos en cuanto a su estrategia. Se manifiestan y actúan de maneras nuevas porque la realidad cambia y cambian los instrumentos, las retóricas y las alianzas. Da la impresión de que la nueva Guerra Fría -que se dibuja en el orden mundial- escenificará el pulso democracias versus autocracias. En el mundo hay mucha gente trabajando tanto para evitar el olvido como para afrontar el futuro. Nuestras aulas están llenas de personas que quieren continuar ese trabajo. Aprovechar el momento es pararse a pensarlo, sin ensimismamiento, pero con rigor y con método; con convencimiento, pero sin autocomplacencia. Y actuar.

Los derechos humanos se encuentran en el núcleo de la Agenda 2030, pero sin el apoyo del sistema internacional de derechos humanos y la implementación de los ODS en todos los países, no será posible cumplir la promesa de “no dejar a nadie atrás”. ¿Qué ruta debemos seguir para situar el bienestar humano en el centro de las políticas nacionales e internacionales?

Bueno, si pudiéramos responder esta pregunta quizá el máster ya no haría falta. Esa es la ruta que buscamos. No hay un solo camino y lo que funciona una vez no funciona necesariamente la segunda. La ruta es la de la justicia, la cultura, la educación, la defensa del pluralismo, el ejercicio de las virtudes cívicas, el control del poder, el cuidado de las instituciones flexibles, eficaces y ejemplares que nos sirven para garantizar y expandir los derechos fundamentales de todas y de todos. Pero esto, claro, dicho así, son abstracciones. Hay que concretarlas en programas de investigación científica, de cooperación al desarrollo, en planes de gobierno y de intervención social, en la meticulosa y concienzuda redacción de leyes justas, en el diseño y evaluación de políticas públicas, en la educación para el diálogo que busca la convivencia y la paz. Siempre recuerdo una frase que le escuché -en este campus de la UAM- a José Saramago, recién nombrado doctor honoris causa, distinguiendo entre los verbos educar y enseñar. Las universidades, como institución de educación superior, además de transmitir conocimientos, a saber, enseñar, deben hacerlo con valores -la solidaridad, la implicación social, la justicia o la responsabilidad democrática-, a saber, educar. En eso esta este máster.

 

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