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Bitcoin más mano dura: el fantasma de Bukele que recorre América Latina

La política “antipandillas” del presidente salvadoreño Nayib Bukele ha conseguido una fuerte repercusión en América Latina y más allá. No es habitual que el presidente de un pequeño país centroamericano gane semejante proyección internacional. Pero el “presidente millennial” lo logró primero entre los fans del Bitcoin, al volver al país el Woodstock de los bitcoineros. Y ahora lo consiguió en mayor medida aún con una forma de lucha contra las pandillas que combina estado de excepción, detenciones en masa, condiciones carcelarias inhumanas, ausencia de derecho a defensa… y muchos vídeos subidos a las redes sociales.

La nueva megaprisión (bautizada Centro de Confinamiento del Terrorismo) no solo no es ocultada, sino que forma parte de una serie de vídeos que incluyen cinematográficos traslados de presos filmados con la estética de un trailer de Netflix y con tonalidades futuristas. Lejos de las cárceles semiderruidas del pasado, esta luce impecable —“de primer mundo”, insisten los funcionarios— y al mismo tiempo implacable.

El énfasis está puesto en la humillación de los detenidos. “Ni un rayito de sol nunca más”, “solo tendrán camas de metal sin sábanas ni almohadas”, “no comerán pollo hasta que el último salvadoreño, e incluso el último perro de la calle, lo haga”, “pasarán 40, 30 o 20 años detenidos”. Estas palabras aparecieron en estos días en boca o tuits de funcionarios, e incluso del propio presidente, quien se jacta de que esta cárcel es la “más criticada del mundo”.

Resultado: la popularidad de Bukele llegó al 90%. Y en América Latina hay muchos políticos dispuestos a tratar de imitarlo, al menos retóricamente. El Salvador ya asesora a Haití en seguridad y políticas contra sus propias pandillas. La presidenta izquierdista de Honduras, Xiomara Castro, anunció hace poco un “plan antiextorsión” y ha endurecido su política frente a la violencia creciente. Pero en general son las fuerzas de derechas las que parecen haber encontrado en Bukele una nueva estrella (su duelo por Twitter con el presidente colombiano Gustavo Petro lo reafirmó en ese lugar antiprogresista).

Medios independientes y críticos de la política de Bukele, como El Faro, admiten que las pandillas se han replegado. “Tras diez meses de régimen de excepción, en el que han sido suprimidas garantías constitucionales, el Gobierno del presidente Nayib Bukele ha desestructurado a las pandillas de El Salvador, socavando su control territorial, su principal vía de financiamiento y su estructura jerárquica”. Las estructuras territoriales locales, escriben Carlos Martínez, Efren Lemus y Óscar Martínez, se quedaron desconectadas de las cúpulas que las lideraban desde las cárceles: “Tras diez años de negociaciones con gobiernos nacionales [incluido el de Bukele], los pandilleros libres dejaron de confiar en sus líderes presos”.

No es difícil entender la popularidad de Bukele. La ocupación del territorio por la delincuencia, la creación de fronteras cuasi infranqueables entre zonas controladas por pandillas rivales, la extorsión permanente, el cobro de “impuestos” y los asesinatos generaban una atmósfera de opresión que de pronto desapareció. Vecinos que no podían jugar fútbol con otros por vivir en zonas de influencia mutuamente hostiles, habitantes que no podían visitar un lago por ser territorio “enemigo”, gente que debía pagar “impuestos” por cualquier cosa… Las pandillas “llegaron a tener bajo su régimen a comunidades enteras y durante más de 20 años constituyeron un segundo gobierno mediante un sistema de normas y castigos para la población bajo su dominio, e incluso una forma de impuesto ilegal conocido popularmente como ‘la renta’”, escribió el antropólogo y estudioso de este fenómeno Juan Martínez d’Aubuisson en el New York Times. “Demasiados años que esos hijos de puta nos tuvieron jodidos”, le dijo un habitante de Sierra Morena, una colonia de San Salvador que fue bastión de la Mara Salvatrucha (MS-13). En este contexto, Bukele se presenta como un libertador. Si un presidente que gana una guerra se vuelve héroe, Bukele ya ganó la suya.

Varias organizaciones de derechos humanos, como Human Rights Watch o Cristosal, han documentado cientos de detenciones arbitrarias (bajo el estado de excepción fueron detenidas más de 60.000 personas), torturas e incluso muertes violentas de personas bajo custodia del Estado. Algunos contraargumentan que si bien es cierto que estas políticas hacen pagar a en ocasiones a justos por pecadores, e incluso violan derechos humanos, el costo-beneficio, comparado con la situación previa, es positivo.

Pero la destrucción del Estado de derecho tiene consecuencias de largo plazo. Y no será tampoco la primera vez que el héroe de un momento se vuelva villano en otro. Muchos recordarán al peruano Alberto Fujimori caminando entre cadáveres de guerrilleros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) masacrados en la residencia del embajador de Japón para escenificar su combate implacable contra la guerrilla, que había tomado el edificio. El costo-beneficio de las políticas de “excepción” de Fujimori también parecía positivo, hasta que dejó de serlo, y el expresidente peruano terminó condenado a 25 años de prisión, entre otras cosas por diversas violaciones de derechos humanos. Como en el caso de Fujimori, es claro que Bukele utiliza su “victoria” frente a las pandillas para construir un régimen cada vez más antidemocrático y reforzar su poder personal y el de sus camarillas.

“Hay un desmantelamiento del Estado de derecho, de la presunción de inocencia, del derecho a la legítima defensa y la independencia de poderes. Se desmanteló que las personas pudieran someterse a un juicio justo. Ahora las instituciones que investigan y sancionan delitos no están a la orden de la Constitución y la ley, sino a la orden de una sola persona”. Quien le dijo esto a El Faro no es un progresista garantista, sino un importante diputado del partido de derecha Alianza Republicana Nacionalista (Arena): René Portillo Cuadra.

Incluso si se asumiera que el costo-beneficio del estado de excepción y el encarcelamiento sin abogados, jueces ni formas de velar por la inocencia es positivo, ¿cómo se evita, sin una institucionalidad y organismos judiciales y de control independientes, que sea una mafia de Estado (al decir de Martínez d’Aubuisson), menos sangrienta pero no menos cleptómana, la que se apropie de varios negocios de las organizaciones criminales derrotadas?

Tampoco es evidente que estas políticas que resultaron eficaces para neutralizar a las pandillas sirvan para combatir al narcotráfico en otros países: por lo pronto, los narcos no llevan tatuajes como los pandilleros, lo que simplificó sin duda su detención en masa. Pero simplificar las cuestiones de seguridad da réditos electorales en una región donde la penetración del crimen organizado y el aumento de la inseguridad pública es un problema político número uno —incluso en países donde antaño no lo era como Chile o Uruguay—. Ecuador vive uno de sus peores momentos históricos en términos de violencia y Argentina tiene a la ciudad de Rosario como una zona tomada por el narcotráfico. No es casual que la exministra de Seguridad Patricia Bullrich, que impulsa políticas de “mano dura”, venga creciendo de manera sostenida en las encuestas para las elecciones presidenciales de 2023.

Lo curioso es que Bukele —ideológicamente y geopolíticamente muy pragmático— terminó por conectar con un tipo de “libertarismo” de extrema derecha que hoy tiene numerosos adeptos en la región y que podría definirse con la síntesis “Bitcoin más mano dura”. Respecto a la forma concreta que tendría que adoptar esta lógica de mano dura, los “libertarios” manifiestan cierta ambigüedad entre la preferencia ferozmente individualista por la libre portación de armas y el apoyo a la acción de las “fuerzas represivas del Estado”: si el Estado es promercado, la represión es buena; si no lo es, es pura tiranía “socialista”. En Argentina, muchos seguidores del candidato presidencial Javier Milei (tercero en las encuestas), que refleja esta misma sensibilidad en el país austral, no dejan de expresar en las redes su entusiasmo con el mandatario salvadoreño, que luce ahora mejor que el precedente favorito de la extrema derecha “libertaria” regional: el decaído Jair Messias Bolsonaro.

Autor/es

Pablo Stefanoni

Investigador del Área de Estudios y Análisis de la Fundación Carolina

Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Combina su actividad académica con su trabajo periodístico. Sus áreas de investigación son historia y política latinoamericana. Desde 2011 es jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Ha dirigido la edición boliviana de Le Monde Diplomatique y ha escrito sobre los procesos políticos en el área andina. Su último libro es ¿La rebeldía se volvió de derechas? (Clave Intelectual/Siglo XXI, Madrid, 2021). Integra el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas/Universidad General de San Martín.

Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Combina su actividad académica con su trabajo periodístico. Sus áreas de investigación son historia y política latinoamericana. Desde 2011 es jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Ha dirigido la edición boliviana de Le Monde Diplomatique y ha escrito sobre los procesos políticos en el área andina. Su último libro es ¿La rebeldía se volvió de derechas? (Clave Intelectual/Siglo XXI, Madrid, 2021). Integra el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas/Universidad General de San Martín.

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