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¿Giro conservador en Argentina?

Tras el entusiasmo de tener una “candidatura de unidad”, las encuestas vuelven a indicar que, para el peronismo, ganar la elección de octubre próximo se vuelve un objetivo cuesta arriba, en un año electoral que comenzará con las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), del próximo 13 de agosto, que funcionan como una suerte de primera vuelta simbólica. Las encuestas indican que el país podría volver a girar a la derecha (tras la breve experiencia de Mauricio Macri (2015-2019)) pero éstas son muy dispares y el escenario es abierto. Aunque con una realidad muy diferente, lo ocurrido en España da esperanza al oficialismo, cuyas dificultades no solo tienen que ver con la fortaleza de la centroderecha, sino con sus divergencias internas y su desgaste político.

Sobre todo, las alarmas vienen del llamado Conurbano bonaerense, donde el peronismo tiene sus principales bastiones. Allí se juegan dos elecciones en paralelo: el voto peronista de estas populosas localidades debe servir para impulsar al candidato presidencial, Sergio Massa, pero también para garantizar la reelección del gobernador Axel Kicillof, un hombre de Cristina Kirchner. El problema es que, como señaló un estratega del gobernador, entre las potenciales bases del peronismo reina el “abatimiento”.

En este contexto, el peronismo celebró la precandidatura de “unidad” de Sergio Massa, el actual ministro de Economía que debe lidiar con una inflación anual de más de 100%. Luego de varios “operativos clamor” para que se postule, Cristina Kirchner no solo no cedió sino que, tras sostener brevemente una malograda candidatura de su propio espacio, la del ministro del Interior Eduardo “Wado” de Pedro, decidió apoyar a Massa, una figura que muchos kirchneristas consideran “de derechas”.

La estrategia de la actual vicepresidenta fue apoyar a Massa pero llenando las listas parlamentarias de dirigentes fieles, para, en caso de derrota, pero también de victoria (dado que la lealtad de Massa es más que dudosa), contar con una potente fuerza propia en el Congreso. También ese poder le serviría frente a los procesos judiciales en curso, que incluyen una condena a seis años de prisión en curso de apelación. Al no ser “candidata a nada”, como prometió, la expresidenta ya no tendrá inmunidad en caso de que esa condena quede en algún momento firme.

Pero entre los kirchneristas más “creyentes” reina la desazón. Es la tercera vez (2015, 2019, 2023) que el kirchnerismo, pese a que Cristina es una de las políticas más importantes del país, no lleva candidato propio a la presidencia. Aunque en 2019 ella fue como vicepresidenta, desde el kirchnerismo siempre se habló del gobierno como si fuera algo ajeno (aunque este sector controló gran parte del presupuesto nacional bajo la gestión de Alberto Fernández, hoy despreciado por la exmandataria).

En una entrevista reciente, el periodista Martín Rodríguez sintetizó que el expresidente Carlos Menem dejó como herencia una sociedad (neoliberal), Eduardo Duhalde una maquinaria política poderosa (el peronismo de la Provincia de Buenos Aires), y Néstor y Cristina Kirchner una “estructura de sentimiento”. Con ella no solo interpelaron a buena parte del peronismo, sino que atrajeron a los restos de diferentes culturas políticas de izquierda: comunistas, socialistas, populistas de izquierda, autonomistas del 2001, nostálgicos de la lucha armada de los 70, activistas de derechos humanos. Su discurso “setentista” logró, además, dotar de un sentido histórico a la derrota política y militar frente a la dictadura: todo ese sufrimiento, que incluyó una “generación diezmada”, habría valido la pena: el país al final estaba siendo refundado. El Bicentenario, en 2010, selló, como señaló la ensayista Beatriz Sarlo en su libro La audacia y el cálculo, la escenificación de ese nuevo país “inclusivo” en el momento de apogeo del kirchnerismo.

Pero hoy esa estructura de sentimiento se encuentra averiada. Cristina Kirchner no puede explicar, ante los “creyentes”, sus propias decisiones. Y esos “creyentes”, sin cargos ni aspiraciones a cargos, son la base no solo electoral sino emotiva de su proyecto político. La vicepresidenta parece haberse quedado entrampada en una mezcla algo curiosa de ideologismo y pragmatismo. Al momento de criticar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el kirchnerismo llega a parecerse al trotskismo, que hace del rechazo al Fondo uno de sus ejes de campaña. Pero, al mismo tiempo, al momento de bendecir un candidato, Cristina sostiene a Sergio Massa, un hombre vinculado al establishment y, como sintetizó Martín Rodríguez, “sin progresismo en sangre”.

Se da así una situación paradójica: para contener el voto kirchnerista de izquierda, la ex-presidenta habilitó la postulación en las primarias de Unión por la Patria (el nuevo nombre del Frente de Todos), de Juan Grabois, un líder social con perfil populista de izquierda, amigo del Papa Francisco, que terminó siendo el refugio ideológico para quienes rehúsan a votar a Massa. De este modo, el discurso kirchnerista más “puro” será expresado por un no peronista, por alguien orgánicamente ajeno al kirchnerismo, y que no recibe el apoyo de Cristina Kirchner. El objetivo es que el resultado de Grabois sea puramente simbólico, para contener pequeñas deserciones por la izquierda sin opacar al “candidato de unidad”. Si creciera en votos terminaría poniendo en crisis la candidatura de unidad de Massa.

Del lado de enfrente, en la oposición, la exministra de Seguridad Patria Bullrich, competirá en las primarias con el alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. Es una durísima batalla en la que el expresidente Mauricio Macri juega en los hechos del lado de la exministra. Proveniente del peronismo revolucionario de los 70, Bullrich combina un discurso de derecha duro en cuestiones de seguridad, economía y protesta social, con posiciones en favor de la despenalización del aborto y el matrimonio gay. Su spot de campaña sintetiza su visión del cambio: “Si no es todo, es nada”. Allí señala que un “administrador”, como Rodríguez Larreta, no logrará el cambio, el cual requiere ganar no solo las instituciones sino las calles. Si en los 70, el todo o nada de Bullrich remitía al socialismo nacional, hoy ofrece la “despopulización” del país. Para enfrentarla, el moderado Rodríguez Larreta ha incluido en sus listas ultraliberales, evangélicos provida y peronista de derecha. En su batalla, el alcalde porteño cuenta con el aparato político de la fracción mayoritaria de la Unión Cívica radical (UCR), extendido en todo el país. Otra parte, minoritaria, de ese partido centenario está con la exministra: ambos postulantes a vicepresidentes —de Rodríguez Larreta y de Bullrich— provienen del radicalismo.

En ese marco, uno de los grandes enigmas es si el candidato libertario de extrema derecha, Javier Milei (admirador de Jair Bolsonaro y Donald Trump), envuelto en todo tipo de escándalos en relación a su armado político en las provincias, está cayendo o no en las encuestas. Y, en ese caso, si sus votos irían o no a Bullrich. Los propios peronistas se proponen ayudar al libertario, por debajo de la mesa, para evitar su caída y de ese modo potenciar la división del voto opositor.

En el peronismo aspiran a un duelo entre Massa y Bullrich, ya que consideran que, en ese caso, Massa podría jugar la carta moderada frente a frente a la radicalidad de la exministra. En caso de que la elección se dirima entre Massa y Rodríguez Larreta, se dará el caso curioso de que ambos candidatos son muy parecidos entre sí, y algunos votos de Bullrich en las primeras podrían ir a Milei en la primera vuelta.

La gran pregunta que se hacen los encuestadores es si la demanda de radicalidad que se percibe en un sector de la sociedad no terminará siendo una minoría intensa pero minoría al fin.

Algunos empresarios ven con buenos ojos la candidatura de Massa: consideran que podría ser un presidente centrista y promercado, y contener al kirchnerismo. En el caso de Bullrich, la gran pregunta es si tendrá la fuerza para imponer el orden que pregona. Su pro-grama de mano dura contra las poderosas organizaciones sociales podría resultar en lo contrario: una espiral de movilizaciones callejeras y represión que se retroalimenten, como ya ha sucedido en el pasado. La reciente inestabilidad en la norteña provincia de Jujuy, gobernada por Gerardo Morales, precandidato a vicepresidente de Rodríguez Larreta, fue vista por muchos como un escenario que podría extenderse a todo el país.

La elección argentina tendrá, sin dudas, efectos sobre la región en un momento en el que las fuerzas progresistas gobernantes en las principales economías latinoamericanas enfrentan serias dificultades para desplegar su agenda política y social, y las derechas tradicionales sienten la competencia de derechas radicalizadas.

Autor/es

Pablo Stefanoni

Investigador del Área de Estudios y Análisis de la Fundación Carolina

Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Combina su actividad académica con su trabajo periodístico. Sus áreas de investigación son historia y política latinoamericana. Desde 2011 es jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Ha dirigido la edición boliviana de Le Monde Diplomatique y ha escrito sobre los procesos políticos en el área andina. Su último libro es ¿La rebeldía se volvió de derechas? (Clave Intelectual/Siglo XXI, Madrid, 2021). Integra el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas/Universidad General de San Martín.

Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Combina su actividad académica con su trabajo periodístico. Sus áreas de investigación son historia y política latinoamericana. Desde 2011 es jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Ha dirigido la edición boliviana de Le Monde Diplomatique y ha escrito sobre los procesos políticos en el área andina. Su último libro es ¿La rebeldía se volvió de derechas? (Clave Intelectual/Siglo XXI, Madrid, 2021). Integra el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas/Universidad General de San Martín.

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